El arte también está fuera de las galerías. Para el escultor Aldo Shiroma, lo público, la calle, es un espacio por explorar. Con un enfoque en la conexión y la comunidad, ha encontrado una forma de unir a las personas en torno a sus obras. La suya es una impecable trayectoria, marcada por su compromiso con hacer más accesible y cercano su arte.


Aldo empezó a crear en una época en que la escultura ya no era parte de los proyectos urbanísticos; su presencia era netamente para interiores. Aun así, le atraía la idea de explorar la relación entre el espectador y el transeúnte con una obra. “Cuando comencé a viajar a eventos internacionales representando al Perú, descubrí el impacto que tiene el arte en espacios públicos y cómo las personas interactúan con él. Esa conexión transformó mi manera de entender la escultura”, recuerda.
Su visión sobre el papel del arte en la sociedad es clara. Para Aldo Shiroma, la escultura puede y debe formar parte del día a día de las personas. En ese sentido, sus piezas en exteriores buscan generar un momento de reflexión en la rutina diaria de las personas. “El espacio público es el lugar donde la gente se encuentra, donde la comunidad respira. Llevar el arte a la calle significa democratizarlo, hacerlo parte de la vida cotidiana”, afirma. En sus proyectos, busca que sus obras dialoguen con el entorno, se conviertan en puntos de encuentro y sean catalizadores de conversaciones significativas.


Inspirados y entusiasmados por su manera de entender las posibilidades del arte, Armando Paredes invitó a Aldo Shiroma a colaborar con dos proyectos inmobiliarios. Primero, con una escultura en la entrada de Pasaje Vanderghen, en Miraflores; y, hace poco, con otra pieza develada en Pasaje Dos de Mayo, en San Isidro. En ambos casos, sus carismáticos osos se han convertido en piezas emblemáticas e íconos del barrio. Estas esculturas no solo acompañan los edificios y su entorno, sino que cumplen un rol simbólico y emocional, al invitar a quienes las contemplan a detenerse —así sea solo un momento— para sonreír, reflexionar y enamorarse del lugar que habitan.
Las piezas de animales son el sello distintivo del artista. Estos seres encarnan valores universales, como la fortaleza, la armonía y la conexión con la naturaleza. Cada animal es representado con un equilibrio entre realismo y expresión artística, que logra que sus obras conecten emocionalmente con el público: no solo nos gustan, sino que nos despiertan sentimientos. “El oso simboliza nuestra conexión con el entorno natural y también con nuestras emociones y la comunidad”, explica el artista. “Y es el animal con el que mejor me llevo”, confiesa con una sonrisa.


Este querido amigo de Armando tiene esculturas en diversos países de América Latina, como Chile, Argentina, Bolivia y Brasil. También ha dejado su huella en Canadá, España, Francia, Chipre, Alemania, Turquía, Eslovenia, Corea del Sur y Rusia. En Japón, destaca un conjunto de piezas que forman parte de una colección privada. Lo que más valora Aldo de esta proyección internacional es que muchas de sus obras no se encuentran en grandes capitales, sino en localidades alejadas, donde el arte tiene un impacto directo en las comunidades: “Firmar como artista peruano en estos rincones del mundo es, para mí, motivo de orgullo y una manera de compartir la riqueza artística del Perú”.